15.11.2024
Mi primogénito
Hace unos días pensaba que he contado muchas veces cómo empecé Sophie et Voilà, en entrevistas o en petit comité, pero que nunca lo he escrito haciendo un examen real de la historia. Y puede que, ahora que me florecen las primeras canas, sea una bonita hora para hacerlo. Estudié arquitectura porque me encantaba, porque me hacía ilusión estudiar lo que mi padre intentó (la cara de orgullo absoluto que ponía!) y, vamos a ser sinceros, porque no había escuela en Bilbao y eso me permitía irme a vivir fuera de casa con 17 años. Siempre he sido muy de ir a mi aire. Taritas que tiene una.
Fueron años de pasarlo muy bien (esto lo lee mi madre también y, todavía hoy, prefiero no incidir en lo muy bien que lo pasé porque la bronca aún me puede caer) y eso era difícil de compaginar con la escuela de arquitectura de Donosti. Tardé más de lo previsto en terminar la carrera, por el camino trabajé en una constructora, y en varios estudios, pero acabé.
Coincidía esa época con el dominó infinito de bodas que sucede entre las 25 y las 30 primaveras y esta rubia nunca concibió una boda sin tocado. Igual de admirados Stephen Jones o Philip Tracy, que prohibitivos para mi bolsillo, empecé a confeccionar tocados en mis ratos libres. Primero para mí, luego para una vecina, para una amiga, para una amiga de una amiga… Arquitecta de 8h a 17h, feliz de 17h a 21h.
Llené dos cajas gigantes de Loewe de plumas y rafias y con ellas me movía en el metro yendo a casa de las clientas. Para verme. Infinitas romerías cargada como una mula. No se atormenten, lo pasaba pipa. Cuando ya eran demasiadas las cajas, empecé a recibir a las clientas en mi casa, que se convirtió en una suerte de club social por las tardes. Aquello se me iba de las manos… Pero cómo me gustaba! Mujeres que me contaban algo personal y yo creaba para ellas algo especial. Eso, cuando lo pruebas, se convierte en una droga de la que no puedes desengancharte nunca.
Me doy cuenta ahora de que, en realidad, mi salón fue mi primer atelier. Y que cada espacio que he ido ocupando durante estos años ha sido una réplica de mi casa.
A la vez que mi cuarto de estar se llenaba de gente por las tardes, empezaba a sentirse la crisis del 2008 y la arquitectura de obra pública (que era la que yo desarrollaba) empezó a ralentizarse. Pasé de trabajar en proyectos idílicos con Philippe Stark o trabajos tan importantes como museos u hospitales provinciales, a ver que el trabajo se nutría de rehabilitaciones de fachadas, o de ascensores para comunidades. Y yo era demasiado joven y creativa como para resignarme. Yo quería crear. Yo quería seguir pasándomelo igual de bien.
Así que con más miedo que vergüenza, en 2010, aparqué el código técnico y el casco de obra, y fundé mi primer Atelier con mayúscula. Me ayudaba que en mi casa siempre había habido tradición de moda y, aunque me equivoqué muchas veces, aprendí rápido. Hice un equipo que aún hoy conservo: una modista, una patronista y yo de chica para todo en aquel entresuelo de ventanas infinitas en Rodríguez Arias. Acababa de dar a luz a Sophie et Voilà. Tuve a mis otros dos hijos mientras el atelier se llenaba de vestidos, pero sobre todo de clientas, de confianza, de historias… de experiencias. A lo que he estado enganchada toda la vida es a la gente. A esa sensación de complicidad, a las sonrisas. A ese pequeño lugar del mundo en el que solo hay cosas bonitas.
Pero ya saben que cuando lo laboral se pone muy bien y la salud no falla, la ley de Murphy dice que tiene que irte regular en lo personal… Y así fue. Cinco años después de abrir la puerta del atelier, me divorcié y me entraron los miedos. Decidí crear colecciones de novia para poder comercializarlas en tiendas y que todos los vestidos de mi firma no tuvieran que pasar necesariamente por mí. Pensé que había que crecer.
Creo que lo más importante en esta vida es ser consciente de lo que uno puede o no puede hacer, saber en qué uno puede generar un valor, y yo soy creativa y cómplice, pero no soy ni financiera, ni gestora, ni estratega.
Esto me llevó a asociarme, primero en 2016 para poder delegar esas funciones en alguien más capacitada que yo, y más adelante, en 2018, para ampliar el capital. Los equipos siempre son siempre una buena idea. Se crece mejor en compañía.
Sophie et Voilà se convertía en una S.L.
A partir de ahí empezaron los viajes, las tiendas, vivir a caballo entre dos ciudades, despertarme y no saber en qué ciudad estaba, llorar muchas veces pero reír muchísimas más. Veintinosecuantos países, casi 100 puntos de venta. Diseñar en un despacho para todo el mundo, ampliar la estrategia de negocio incorporando Ready to Wear, pero siempre sin perder eso que hacía por las tardes en mi casa con las plumas y las rafias. Eso que me da la vida. Las experiencias. Qué difícil es ese equilibrio.
Porque ahora hago la reflexión después de haber hecho cosas tan maravillosas como haber desfilado en la embajada de España en Tokio, o de haber recibido varios premios internacionales, después de haber viajado por medio mundo o de que uno de los mejores modistos del mundo pidiera a Sophie et Voilà colaborar.
(Ahora sería genial que parasen ustedes de leer y vieran la serie de Balenciaga)
Soph, cariño, era esto lo que querías?

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